Recordando a “Miguel”

Tuve una dolorosa pero poderosa experiencia el 20 de febrero de 2016. Mi hija, mis nietos y yo regresábamos a casa. Fue después del atardecer en la carretera Arivaca-Sasabe. Vimos algo por delante. Cuando nos acercamos vimos a un hombre tirado a un lado de la carretera. Mi hija se detuvo y pasó junto a él. El hombre se puso de pie y avanzó tambaleante unos pasos hacia el coche, luego cayó de nuevo. Le grité a mi hija que se detuviera. Ella había cerrado con llave las puertas, me dijo más tarde que estaba preocupada de que fuera una trampa. Yo estaba segura de que era sólo un hombre que necesitaba desesperadamente nuestra ayuda.

Los ojos de Miguel seguían girando hacia atrás en su cabeza, así que seguí diciéndole que iba a estar bien y rezando por que fuera la verdad.

Todos salimos corriendo y yo me senté en el suelo junto al hombre y le sostuve la cabeza en mi regazo. Le pregunté qué había sucedido, pero lo único que podía susurrar era: “Me muero. Nos dijo que no había comido en tres días y que la última agua que había bebido, un día y medio antes, estaba sucia. Le dolía el pecho y la espalda y no podía mover sus piernas por los espasmos. Mi hija, que sabe primeros auxilios, tomó su pulso. Se dio cuenta de que necesitaba asistencia médica inmediatamente. No teníamos recepción de teléfono móvil allí, pero algunas millas atrás habíamos visto un vehículo de la Patrulla Fronteriza estacionado. Mi nieta volvió para pedirles que pidieran ayuda.

Mientras esperábamos, le dimos beber y comer un poco, pero inmediatamente vomitó. Sabíamos que no debíamos darle nada más a pesar de que rogaba por agua. Yo sólo lo mantuve cerca y mi nieto le trajo una manta porque el hombre sólo llevaba una camiseta y hacía mucho frío.

El agente de la Patrulla Fronteriza llegó y se paró sobre el hombre y le preguntó: “¿Cómo te llamas?” El hombre dijo su nombre lenta y quedamente que apenas podíamos oírlo. Lo llamaré Miguel. El agente se dirigió a su camioneta e hizo una llamada por radio. Los ojos de Miguel seguían girando hacia atrás en su cabeza, así que seguí diciéndole que iba a estar bien y rezando por que fuera la verdad.

Alrededor de 20 minutos más tarde, la camioneta del Departamento de Bomberos de Arivaca fue hacia el oeste. Mi nieta fue tras ellos en nuestro vehículo. Regresaron en unos minutos. Los paramédicos revisaron el corazón de Miguel y le dieron oxígeno, y trataron de colocar una IV, pero no pudieron porque estaba deshidratado. Finalmente pusieron a Miguel en el vehículo y el agente de la Patrulla Fronteriza los siguió hacia Arivaca.

Recogí su camiseta que yacía en el suelo, la cual había sido abierta cuando habían revisado su corazón. La junté, la sostuve y lloré. Mis nietos vinieron a consolarme y les dije que nunca deberían olvidar lo que habían experimentado. Nunca deben dudar auxiliar a alguien. De alguna manera la gente tiene que colaborar para hacer de este un mundo donde los hombres no tengan que arriesgar sus vidas para encontrar una vida mejor.


Esta pieza fue escrita por Carlota Wray, voluntaria de No Más Muertes que vive en Arivaca, Arizona. Fue publicado por primera vez en The Arivaca Connection en febrero de 2016.