En una ocupada mañana en Nogales, al otro lado de la frontera en el comedor de la Iniciativa Kino para la Frontera, estoy ayudando a servir el desayuno a aproximadamente setenta y cinco personas que acaban de ser deportadas; la mayoría fueron arrestadas recientemente mientras cruzaban la frontera. Todavía están vestidos con la ropa oscura y resistente que usaron para camuflarse en el entorno del desierto. Estas son las personas a las que podríamos llamar migrantes o refugiados, que han dejado su hogar cargando en sus hombros las esperanzas y los sueños de su familia o huyendo de la muerte violenta indescriptible que los amenaza allí.
Otros, sin embargo, están vestidos de una manera que pasarían desapercibidos en cualquier calle de los Estados Unidos. Muchos parecen confundidos como un ciervo sorprendido por las luces de los faros. Ellos son los inmigrantes deportados. Hace apenas dos o tres días se dirigían a su rutina diaria llevando a sus hijos a la escuela, yendo de compras, yendo a trabajar. Ahora están aquí, apartados de manera abrupta de su propia vida, de su rutina cotidiana, lo ordinario que nos mantiene a todos en nuestro sano juicio.
Lo ayudan a hacer una llamada a su familia: “Estoy bien; estoy en Nogales; te quiero… Sí esta noche…” Cuando termina, conversan con él. ¡Él es en realidad un ciudadano estadounidense! Es hijo de trabajadores agrícolas en California. Criado en los Estados Unidos. Pero no hay papeles.
Como enfermera, y como una de las coordinadoras de los servicios que ofrece No Más Muertes en el comedor de la IKF, me dirijo a la esquina donde se guardan los suministros de primeros auxilios para poder prepararme para el trabajo de la mañana. Al pasar junto a un hombre de cincuenta y tantos años que está recogiendo sus cosas, él se da vuelta y me mira. “Gracias”, dice, así que me detengo y hablo con él. Me comenta que planea “cruzar” de regreso a los Estados Unidos esa misma noche. Lo detuvieron en una redada de ICE en Minnesota, donde ha vivido durante cuarenta y siete años.
Sabiendo un poco de lo que enfrentará en el desierto, y debido a su edad, le pido que espere para que le entreguemos algunos suministros que pueden ayudar en su seguridad: un filtro de agua para su botella, algunas gasas adhesivas y medicamentos para las ampollas.
Mientras espera, los voluntarios que auxilian con el servicio de llamadas telefónicas lo ayudan a hacer una llamada a su familia: “Estoy bien; estoy en Nogales; te quiero… Sí esta noche…” Cuando termina, los voluntarios conversan con él. ¡Él es en realidad un ciudadano estadounidense! Es hijo de trabajadores agrícolas en California y fue adoptado por puertorriqueños. Criado en los Estados Unidos. Pero no hay papeles. Quién sabe si hay un certificado de nacimiento, o dónde pueda estar; los registros de nacimiento en los campos hace más de cincuenta años deben ser muy informales, y ¿por qué los tendría? Tal vez la adopción no fue oficial. Era un tiempo diferente.
Un porcentaje creciente de las personas que vemos deportados aquí en Nogales son residentes de Estados Unidos, inmigrantes indocumentados y, ocasionalmente, incluso ciudadanos indocumentados.
Una cosa sé con certeza: si este hombre tuviese cabello rubio y ojos azules, nunca lo hubieran interrogado. Siento el familiar destello de intensa ira. Un porcentaje creciente de las personas que vemos deportados aquí en Nogales son residentes de Estados Unidos, inmigrantes indocumentados y, ocasionalmente, como este hombre, incluso ciudadanos indocumentados. Todos han sido arrancados del tejido de mi país, una manifestación muy personal de la enfermedad del racismo y la xenofobia que se está extendiendo.
Estoy muy agradecida a No Más Muertes, realmente de una manera egoísta. Sin NMM no podría liberar de forma constructiva la impotencia y la ira que siento. Trabajo con un grupo de personas increíbles. Cada uno de nosotros está tratando, de diferentes maneras, de resistir la destrucción de la vida de las personas indocumentadas, tanto sus vidas físicas como en sus vidas sociales.Y estoy muy agradecida con aquellos que a distancia nos apoyan financieramente; sin ustedes no podríamos hacer las cosas que hacemos. Ustedes son una parte muy concreta de la ayuda y la esperanza que extendemos a las personas aquí en la frontera todos los días.
Por Dorothy Chao, voluntario en Nogales.